Los títeres de Bucubuc


1

Bucubuc, el mago, terminó la función con una prueba extraordinaria. El público no podía entender como los títeres, que Bucubuc había lanzado por los aires, estuvieran bailando y cantando entre la gente. Los títeres saltaban de los hombros a la cabeza de la gente dando brincos y cabriolas. Pero no había hilos ni manos que los manejaran.
-Es increíble.
-El mejor mago- y la gente no paraba de aplaudir.
Bucubuc se llevaba todos los aplausos y, cuando chasqueaba los dedos, los títeres se desmayaban en el lugar donde estaban. Entonces los chicos se apuraban para agarrar los muñecos y devolvérselos al mago. Los niños alcanzaban lo títeres hasta un baúl. Allí, parecían cobrar vida nuevamente y se acomodaban rezongando y peleando por el lugar que debían ocupar.

Elías dejó el circo feliz de la mano de su abuela.
-Abu ¿Vamos a volver?
La abuela asintió con un gesto y le acomodó el gorro. Hacía frío y estaba garuando.
-¿Y tus guantes?
Mientras la abuela se mantenía atenta a la llegada de un taxi, Elías buscó los guantes  en los bolsillos de su mochila. Al tocar algo que parecía lana, tiró
– Se engancharon- dijo el niño. Tiró para sacarlos. No eran los guantes. Uno de aquellos títeres se aferraba al bolsillo de la mochila para que el niño no lo saque.
Elías estaba mudo, miró al muñeco, miró a su abuela y  no sabía que hacer. El pequeño títere lo miró suplicante llevándose los dedos a la boca en señal de silencio.
-¿Encontraste los guantes?- Preguntó la abuela. Mientras que el títere se deslizaba por los bolsillos de la campera de Elías en un intento de no ser descubierto.
-Yo los busco- Dijo la abuela y agarró la mochila. Pero Elías no sabía que el muñeco se había escabullido hasta su campera.
-¡No!- gritó tironeando de la mochila.
La abuela lo miró muy seria. No entendía porqué el niño gritó de esa manera.
-Perdón abu. Es que no tengo tanto frío.

Ya en el taxi Elías llevó con sumo cuidado la mochila. Ni se había dado cuenta que el títere estaba en su bolsillo. Se sacó la campera y la dejó a un costado. La abuela le alcanzó su bolso y él lo apoyó justo sobre el bolsillo donde estaba escondido el muñeco. El pobre títere no podía gritar, ni tenía fuerzas para quitarse el bolso de encima. Para su alivio, el viaje fue corto. Cuando la abuela tomó el bolso el muñeco tosió.
-Elías... ¡Qué tos fea! Rápido adentro que hace frío-.Elías simuló toser para que lo mandaran rápido a su habitación a cambiarse y así sacar al muñeco.
El niño vació la mochila. El títere, maltrecho por el peso del bolso de la abuela, lo miraba asomado desde el bolsillo de la campera.
-Me aplastaste- se quejó el muñeco, todavía tosiendo por la falta de aire.
Elías volvió a enmudecer. Su mirada hacía preguntas. Entonces el títere decidió que era momento de presentarse. Abandonó el bolsillo de un salto y, con una reverencia recitó:

Saile me llamo yo.
Titiritero de profesión.
También cantante
y gran actor.

-Yo... yo... –
-Vos sos Elías- Lo interrumpió Saile.
-¿Cómo sabés mi nombre?
 -Muchas cosas se, muchas cosas adivino.
-Pero vos sos títere. No titiritero.
-No, No, No. Titiritero, eso soy yo.
Elías tenía muchas preguntas, pero la abuela llamó a cenar.
-Guardame una milanesa Elías.
Continuará...

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