El hada Aguapey persiguió a la bruja Malalai por todo el
bosque, es que la muy malvada arruinó los cultivos de los duendes. Había
convertido a los maíces en bolitas, a
las papas en rocas y a los zapallos en pelotas.
-No soy yo, es mi escoba que no me hace caso- gritaba
Malalai, asustada por la furia de Aguapey.
-No culpes a tu escoba. Los hechizos son tuyos.
-es que mi escoba es muy joven y quería jugar.
-¡Excusas, excusas. Lo voy a solucionar!- Con su varita, el
hada Aguapey, envió un rayo que quebró
la escoba de la bruja en dos partes. Malalai cayó sentada en el río, allí los
peces le mordieron la cola y las piernas. La bruja huyó, quien sabe dónde,
porque nada más se supo de ella.
Los duendes
utilizaron la parte inferior de la escoba para barrer sus cuevas y, a la mitad
de palo que quedó la colgaron como un trofeo para recordar siempre el día en que la duce Aguapey logró alejar a la malvada bruja de su bosque.
De esto han pasado 300 años. El bosque ahora es muy pequeño,
el lugar donde esto pasó ya no tiene árboles. Las cuevas de los duendes
quedaron abandonadas. Ellos se trasladaron a la zona donde quedaron árboles y
solo salen de noche y a la hora de la siesta entre los maizales.
Por el lugar ahora
pasan muchas personas que se trasladan entre el pueblo y la reserva. Por allí
pasa todos los días Juancito hacia la escuela. Juancito ama a todos los
animales. Por esto, a veces se retrasa. Se distrae con algún animalito y si lo
encuentra herido, lo lleva a la escuela. Allí lo curan con la señorita María
para después dejarlo libre.
Juancito estaba contento porque ese día no llovía, el
pasaje estaría difícil para caminar, pero llegaría a tiempo a la escuela. Pero
no fue así, se encontró con un
pequeño tamanduá herido, que se asustó al verlo y trató de escapar. Juancito
lo siguió, el animalito herido y solo no podría sobrevivir. El pequeño tamandúa
corría asustado, Juancito no quería perderlo de vista. Corriéndolo no vio el
terreno blando por la lluvia a sus pies.
El terreno cedió y en niño cayó unos metros. Pasado el susto, Juancito
se asombró del lugar: Una mesa muy pequeña y sus sillas, diminutos platos en un
estante, una cocina con ollas. Era como una casa en miniatura.
Continuará...
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